Hace tiempo que Internet se siente extraña. No solo por la sobrecarga de información o la publicidad que invade cada vez más espacios de nuestra vida en línea. Hay algo más profundo: es como si todo el contenido empezara a parecerse demasiado. Como si estuviéramos atrapados en una repetición infinita de frases motivacionales, artículos vacíos con estructuras pensadas para posicionarse y atraer nuestros clics y nuestra atención (algo de lo que hablaba aquí). Como si Internet estuviera muerta. O posiblemente peor: automatizada.

Y esto no es solo una intuición. Hay una teoría —conspirativa, pero como toda buena conspiranoia, con un pie en la realidad— que le puso nombre al fenómeno: la Dead Internet Theory, la «Teoría del Internet Muerto». Según sus defensores, gran parte del contenido actual de Internet no está creado por humanos, sino por bots, inteligencias artificiales y algoritmos que buscan captar nuestra atención. El tráfico real, de usuarios de carne y hueso, estaría decayendo desde hace años. Lo que consumimos serían interacciones artificiales, cuidadosamente curadas para simular una comunidad viva cuando en realidad estamos solos, rodeados de un eco repetitivo y automatizado.

Aunque la teoría tal cual fue escrita en el foro donde se enunció por primera vez sí es exagerada, la Internet actual se parece cada vez más a un espacio lleno de contenido monótono y automatizado generado por bots… y humanos aprendiendo a actuar como bots. El auge de la inteligencia artificial en sus diferentes formas, en conjunto con los algoritmos cada vez más oscuros que implementan las empresas tecnológicas que mantienen los grandes sitios web —Google, Meta, entre otras—, de alguna forma han roto Internet.

En esta línea, recientemente leía en Genbeta que hay expertos que buscan preservar una copia de Internet de 2022, antes de que la IA lo «contaminase». Y no se trata solo de preservar lo humano sobre la inteligencia artificial, sino de entender que esta última necesita de la producción humana para entrenarse y mejorarse. Además, su uso de forma exagerada y sin una intervención humana que lo controle y mejore devuelve contenido de baja calidad, insípido y de poco valor profundo: funciona para alimentar algoritmos, no para alimentar el conocimiento humano.

La humanidad adaptada al algoritmo

No hace falta una conspiración global para crear una Internet muerta. Lo estamos haciendo solitos y con mucho entusiasmo. En nuestro intento de destacar en medio del ruido, de mostrarnos en las redes sociales, de que nuestro negocio llegue a potenciales clientes o simplemente para recibir más dopamina en forma de ‘likes’, nos vamos adaptando al algoritmo.

Tomemos LinkedIn como ejemplo, que es algo que me toca bastante de cerca, siendo yo mismo alguien que de forma ocasional ha intentado publicar contenido original en esta red —sin mucho éxito, a decir verdad—. Lo que solía ser una red profesional ahora parece una mezcla entre una presentación de PowerPoint con contenido enciclopédico, coaching espiritual y frases de autoayuda.

“Mi jefe me dijo que no lo lograría. Hoy lidero un equipo de 30 personas. Nunca dejes de soñar. ✨ #GrowthMindset #LiderazgoHumano”

Todos hemos leído alguna de estas publicaciones. Gente relatando desde tragedias personales a situaciones triviales de la vida cotidiana con un formato tan estructurado que uno sospecha que hay una plantilla detrás, algo como:

  1. Inicio dramático

  2. Giro inesperado

  3. Momento de superación personal

  4. Enseñanza genérica

  5. Hashtags que suenan importantes

Y aunque el contenido varíe en tipo —he visto resúmenes de laboratorios, explicaciones de conceptos técnicos, historias sobre entrevistas laborales y un largo etcétera— tiende a parecerse entre sí y, sobre todo, a aportar realmente poco valor en lo que a nuevo conocimiento se refiere. ¿Entonces, para qué se escribe todo esto? Para el algoritmo. Para la visibilidad. Para construir una marca personal que se parece sospechosamente a una fotocopia mal hecha de otra marca personal. Si el contenido llega a significar algo, es por accidente.

Pero este fenómeno no se limita a las redes sociales. En el mundo de los blogs también existen los algoritmos, el SEO, la necesidad de posicionar el contenido adaptándose al capricho de turno de Google. ¿Querés escribir sobre pan? No podés simplemente contar una anécdota sobre tu panadería favorita: tenés que titularlo “¿Qué es el pan? 10 beneficios que no conocías” y repetir la palabra “pan” cada 13 palabras para que Google te vea —y más recientemente, para que su asistente con inteligencia artificial te mencione en sus respuestas—.

Así, miles de artículos clónicos inundan la web. Todos dicen más o menos lo mismo. Todos están pensados para posicionar, no para comunicar. Todos están optimizados, pero en su optimización se vuelven huecos. E Internet, que a comienzos de este siglo fue un espacio creativo, lleno de blogs personales, foros de variadas temáticas y discusiones genuinas, ha sido reemplazado por plataformas donde rigen los algoritmos sobre la creatividad, y así se está convirtiendo en un lugar lleno de carteles luminosos que compiten por nuestra atención mientras nos muestran ofertas sin valor.

Volver a lo humano

La Teoría del Internet Muerto tiene un costado profundamente existencial: plantea que en algún momento perdimos la capacidad (o la voluntad) de ser humanos en Internet. Ya no creamos, no exploramos, no dialogamos. Solo producimos contenido optimizado. Nos volvimos máquinas al servicio de otras máquinas.

Y sin pretender sonar catastrofista, no creo que esto —la muerte de Internet tal como la conocemos— sea fácilmente reversible… no en un mundo donde el desarrollo de la inteligencia artificial y los algoritmos oscuros al servicio de las grandes empresas parece inevitable. Es una batalla que llevamos años perdiendo. Cada día se produce más contenido que nadie pidió, nadie revisa y nadie recuerda. El ruido digital se ha vuelto la norma. Y frente a eso, recuperar “la humanidad” de Internet parece, más que una estrategia, un gesto de terquedad romántica.

Pero creo que hay formas de resistir. Pequeñas, sí, pero elijo creer que no son inútiles. No se trata de reivindicar un tiempo pasado —que tampoco me atrevería a afirmar que fue mejor—, pero sí creo que debemos buscar y crear contenido fuera de los grandes jardines amurallados. Habitar el Fediverso —lejos de los feeds tóxicos de X o Instagram—; participar en foros donde todavía hay hilos largos y debates reales; escribir y leer blogs o newsletters que publican contenido original; abrazar ideas como la small web —ya voy a hablar de eso por acá próximamente—; usar buscadores como Wiby; enlazar cosas sin esperar nada a cambio… todo suma. Todo eso es Internet como fue pensada: una red para conectar personas.

Si todo parece diseñado para convertirnos en consumidores pasivos, responder con creación activa —aunque sea pequeña y artesanal— es una forma de hacer la diferencia. Y quizás también una forma de cuidar lo poco que queda vivo en Internet.


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