La economía de la atención es una idea que parte de una premisa tremendamente simple: la atención humana es limitada, y en un mundo saturado de información, lo más valioso no es el contenido sino la capacidad de captar y retener la mirada del usuario. Herbert Simon, economista y premio Nobel, lo anticipó en los años 70 cuando dijo que «la riqueza de información crea pobreza de atención». Es decir, cuanto más estímulo nos rodea, más difícil es enfocar en lo que realmente importa.
Con la explosión de internet, este concepto se volvió la piedra angular de la tecnología moderna. Plataformas como Facebook, YouTube, TikTok y miles de apps no nos venden su producto: nos venden a nosotros, o mejor dicho, venden nuestra atención a los anunciantes. El diseño de software y sitios web se ha vuelto casi una ciencia oscura para maximizar la permanencia frente a la pantalla. Desde algoritmos que predicen qué te engancha más, hasta interfaces diseñadas para que “un último scroll” se convierta en una hora atrapados frente a la aplicación, todo está calculado para que no sueltes el teléfono.
Ahí entran en escena las notificaciones, el equivalente digital de alguien gritándote “¡miráme!” cada cinco minutos. Cada campanita, vibración o globito que aparece en pantalla es una micro-interrupción diseñada para provocar dopamina y hacerte volver, aunque en la mayoría de los casos no haya nada realmente importante. Las apps compiten entre sí y contra nosotros por nuestra atención.
¿Entonces, desactivar todas las notificaciones es una buena idea? Desde la perspectiva de la economía de la atención, sí. Al menos desactivar todas aquellas notificaciones que no sean importantes. Es como bajarte de una subasta donde todos pelean por tu mente. Sin notificaciones, sos vos quien decide cuándo mirar tu teléfono, no una aplicación que se alimenta de tu tiempo y tu foco. Significa recuperar una parte de tu autonomía y no regalar tus minutos —y tus pensamientos— a algoritmos que solo buscan que hagas clic en “ver más” por un negocio que poco te beneficia.
Silenciar es volver a elegir qué mirás, cuándo lo mirás y por qué. Es dejar de ser interrumpido sin consentimiento. Tu atención no es gratis. Que te la paguen o que te la respeten.
En mi caso, llevo al menos un par de años (o más, no lo recuerdo bien) desactivando casi todas las notificaciones de aplicaciones en la PC y el teléfono móvil. Las excepciones, aquellas notificaciones que sí mantengo, son pocas: las aplicaciones de bancos —para detectar de forma temprana cualquier actividad sospechosa—, los mensajes directos en aplicaciones de mensajería —no así en redes sociales: prefiero decidir yo mismo cuándo ver los memes o contenidos no urgentes que me pueden compartir por allí—, aplicaciones de autenticación que usan notificaciones push, llamadas telefónicas o por aplicaciones de mensajería, y poco más que estas. No necesito conocer mediante notificaciones las últimas ofertas que una aplicación tiene para mí, o saber en tiempo casi real cuáles de los podcasts que sigo han publicado nuevos episodios, el estado del tiempo en mi ciudad o conocer las nuevas funciones de un editor de video; para esto siempre puedo abrir la aplicación correspondiente y verificarlo cuando sea oportuno.
Desactivar la mayoría de las notificaciones es un cambio que ha mejorado mi salud mental y la relación con mi teléfono móvil, y te recomiendo que al menos evalúes adoptar esta práctica. Vas a ganar tiempo y recuperar atención.